dijous, 4 de maig del 2017

Lábiles lenguas


Columna publicada en El Mundo el 11 de febrero de 1998

LÁBILES LENGUAS
Manuel Delgado

La sociedades complejas actuales suelen estar compuestas por grupos étni­cos que se niegan a re­nunciar a las singulari­dades que les distinguen. Estoy entre quienes piensan que la varie­dad de lenguas y cos­tum­bres en un mismo marco social es un patrimo­nio, al tiempo que un factor de integra­ción civil de grupos huma­nos uni­dos por a­quello mis­mo que los separa. Se sabe, es cierto, que una igualdad total en­tre esos grupos di­ferenciados es imposi­ble y que uno de los segmentos cultura­les presentes ‑el mayorita­rio o el de mayor prestigio‑ acaba­rá resulta­ndo dominante, lo que no es incom­patible con un trato de res­peto e incluso de pro­tec­ción hacia los o­tros co­lectivos con los que ha de convivir.

En las antípodas de ésta, otra actitud combate lo plural en nom­bre de la homogeneiza­ción cultural de la sociedad. Un ejem­plo de ese tipo de posturas lo tenemos en la agresividad que con­tra las instituciones y símbolos catalanes están desple­gando ciertos am­bientes político-periodísti­cos ul­traes­pa­ñolistas, incapaces ya de continuar disi­mu­lando la condi­ción fas­cis­tizan­te y progolpista de sus argu­mentos.

Ese intento neofranquista de bo­rrado de la realidad mul­ti­cultural del Estado español está empleando como caballo de bata­lla la descalificación de una política lingüística que, unanime­mente consensuada en su momen­to, aspira a resti­tuir el catalán en el lugar preponderante que le corresponde como idioma de la et­nia anfitriona, en este caso la catalana, un asunto que motivara a Clau­di Esteva Fabregat, a quien la Universi­tat de Barcelona ren­día justo homenaje hace po­co, a escribir un li­bro fundamen­tal: Estado, etnicidad y biculturalismo (Península). La dema­go­gia antica­ta­lana en ese campo se basa en una falsa reali­dad: la de la exis­tencia en Cataluña de una co­munidad cas­te­lla­noparlante exenta. Cual­quier observa­dor puede consta­tar lo normal que resulta que los hijos y nie­tos de los emi­grantes hablen catalán  y hasta qué punto es insólito que la lengua intervenga como un factor determinante a la hora de estable­cer vínculos de amistad o parentesco.

Una serie de TV3 recientemente concluida plasmaba con tino esa labilidad de las fronteras etnolingüísticas en Ca­taluña. Me refiero a "Oh, Europa!", que venía a defender lo impu­ro y bastar­do como aquello de lo que los catalanes ex­traían su persona­li­dad nacional y su fuerza histórica y cul­tu­ral. Esa Cataluña en minia­tura que era el grupo de tu­ristas en gira por Europa incluía dos per­sona­jes cas­tella­no­par­lan­tes, exce­lentemente interpretados por Mon­tserrat Pé­rez, como es­posa y madre de na­ciona­lis­tas convenci­dos, que la ado­raban, y por Paco Alon­so, en el papel de entraña­ble papá gai que viajaba con su hijo ‑"¡Te he dicho que no me llames mamá, llámame Margot!"‑, tam­bién homofílico, pero cata­lano­hablante. Memo­rable aquella es­cena del capí­tulo final en que am­bos prorrum­pen a hablar en cata­lán, como el resto, en presen­cia de las gentes del último de los países visi­ta­dos: España. Se reafirmaban, así, en una iden­tidad que sólo enton­ces y allí po­dría haberse antojado dudosa.                                        




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